Al aparecer la noche, la música está reproduciéndose en mi
celular. Un bolígrafo y un cuaderno son lo que me acompañan cuando mis
emociones me sobrepasan y provocan un nudo que apretando mi garganta está impidiendo
expresar lo que quiero decir.
A veces me cuestionó si sería mejor sacar lo que siento,
pero ¿cómo puedo dejar salir lo que pienso si sólo ocasionará furia en los
demás y un mayor tormento sobre mí? Esa pregunta es lo que me prohíbe expresarme,
generando más dolor.
Las cosas que me atormentan forman una lista la cual titulé
hace mucho tiempo como “Las cosas que
están prohibidas decir”.
Esa lista no hacía más que atormentarme porque cada punto de
ella apareció debido a experiencias que me acompañan convertidas en amargos
recuerdos.
La primera que golpeó mi ser ocurrió una tarde en la cual,
mi madre, gritándome me reclamaba que fuera aquello que no entendía cómo lograr…
“¿Por qué no puedes
ser más como Abigail? Ella es una buena hija, ¿por qué no eres así?, ¿qué hice
para tenerte como hija?” Soltaba con furia.
Sus gritos y reclamos no eran lo que me atormentaban, era
más bien el hecho que siempre me comparaba con la hija de su amiga, haciéndome
sentir la peor clase de hija en el mundo. Ni siquiera sabía que era lo que me
hacía diferente de ella, pero eso no me impedía sentirme inferior debido a las
comparaciones hechas por mi madre
Odio que me comparen.
Así empieza mi lista.
La segunda que provocó la primera fisura en mi ser sucedió una
fría tarde en el la camioneta de mi padre en ese entonces, con él al volante, mi
madre de copiloto y yo en el asiento trasero.
―Ya no
quiero formar parte de la religión de mamá. ― Aunque no debí, expresé por
primera vez uno de mis deseos cuando mi hermano bajo del auto
― ¿Qué
dijiste? ―Preguntó confundida mi madre. La expresión en su cara reflejaba sorpresa,
pero también dos cosas más: miedo y
angustia.
―Ya no
quiero ser de esa religión ―Repetí sin el mismo valor que antes. Comencé a temer
y mis dedos comenzaron a pellizcar el dorso de mi mano en un intento por calmarme
― ¿Por qué
ya no quieres? ―Preguntó mi padre con un suspiro y recargándose contra el
asiento. No reflejaba sorpresa en su voz, parecía como si esperará que esto
sucediera.
―Hay cosas
que quiero hacer. ―Dije evitando sus miradas porque en el fondo de mi mente,
había algo sobre quién era y aún no aceptaba, molestándome por eso.
― ¿Cómo
cuál? ―Pregunto mi madre dejando ver su molestia en el tono de voz.
―Quiero
escribir un libro. ―Contesté. Era la primera vez que decía en voz alta uno de
mis sueños.
Mi padre suspiró
fastidiado.
― ¿Tú?
―preguntó― ¿Escribir un libro? Por favor, ¿crees ser capaz? ―Soltó una risa
irónica y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, parpadee pellizcando con
más fuerza el dorso de mi mano.
―Ya sabes
que desear fama no trae nada bueno, solo te causará dolor. ―soltó mi madre con
voz cansada― Si quieres escribir un libro puedes hacerlo en la sucursal.
―Agregó y talle mis ojos con una mano.
Se bajaron
de la camioneta. Ellos terminaron la conversación.
Odio que siempre tomarán mis padres mis sueños a la ligera.
Es el segundo punto de la lista.
Los siguientes dos puntos, los más odiados, fueron por la tercera
experiencia. Comenzó una mañana en la escuela durante el primer año de
secundaria cuando mis compañeras se probaban la ropa de otras. Ninguna pieza de
ropa me quedó. Al llegar a casa le conté lo sucedido a mi madre, ella solo dijo
aquello que aún me persigue al entrar a una tienda de ropa.
“¿Cómo quieres que te quede esa ropa tan
bonita si tú eres una mastodonte?”
A veces pienso que no lo hizo con el afán de molestar, pero
también pienso en que si ella hubiera tan solo meditado mejor sus palabras se
hubiera dado cuenta de lo hirientes que fueron.
Estas palabras no sólo hacen que me sienta incómoda al ver ropa
bonita y personas más delgadas que yo, también comenzó mi ansiedad de comer
hasta que sentirme a punto de explotar para después llorar sin parar.
Odio que ofendan mi cuerpo.
Odio que fuera mi madre quién me hiciera odiar mi cuerpo.
Estas fisuras fueron originadas por los comentarios de otras personas,
pero yo me encargue de hacerlas más grandes.
“―Deja de perder el tiempo leyendo.”
“―Deja de reír tan alto y feo.”
“―Deberías dejar de usar solo pantalones.”
“―Deberías dejar de usar el cabello suelto.”
Todos estos comentarios “bien intencionados” por parte de
familiares y conocidos dieron origen a algo que esta en mi lista de “Las cosas
que están prohibido decir”, más que una afirmación es una pregunta.
¿Por qué tengo que cambiar?
Todos los puntos de esta lista me atormentaron por mucho tiempo,
hasta que a finales de mi último año de secundaria descubrí cómo escribir y
expresar lo que me hacían sentir a través de una hoja y bolígrafo aligeraba la
carga emocional que me causaba. Era cómo poner pegamento a las fisuras de un cristal
roto. Sólo que ese cristal era mi ser.
Es así como esta lista pasó de ser “Las cosas que están prohibido decir” a “Lo que es prohibido decir,
pero no escribir”.
Escribir en la oscuridad de mi cuarto sobre aquello que me molesta
ya no es una actividad tan común como lo fue cuando comencé la preparatoria.
Aunque puede ser algo irónico, porque también fue cuando deje de escribir sobre
esa lista, debido a que comprendí que no debo dejar que los pensamientos e
ideas de los demás tengan efecto sobre mí.
Continúe perdiendo el tiempo leyendo como decía mi padre, así
conocía nuevos mundos y personajes que me brindaron nuevas enseñanzas.
Continúe riendo alto y feo como decía mi madre, porque el escuchar
ese sonido saliendo en mi me mostraba que seguí siendo una persona capaz de ser
feliz.
Continúe usando sólo pantalones para no tener que preocuparme por
cómo debía de sentarme ó para simplemente poder jugar y correr.
Continúe usando el cabello suelto a pesar de que el viento me hace
lucir un peinado nada peculiar cuando pasa en una suave caricia saludando
haciéndome sentir aquello que deseo muy pronto ser.
Libre.
Historia de Janeth Books.
Redacción por Cindy R.